Hace unos días…
Ander se gradúa de su último (por ahora) escalón académico, máster en Amsterdam.
Qué rápido ha pasado todo desde aquel curioso niño que preguntaba por cada motivo, que leía el periódico en el metro (y no solo las páginas deportivas), que imaginaba cada semana algún invento para facilitar la vida y renovar la sociedad.
Aquel niño con el que jugábamos a videojuegos en los que todavía yo ganaba o aportaba sorpresas y victorias, con el que jugábamos a fútbol en la playa, siempre con su mirada despierta, incisiva y soñadora.
Aquel adolescente que saboreaba la música y el cine, que disfrutaba de los videojuegos solo y en compañía, que planteaba y organizaba los viajes de los Eguíluz.
Aquel jovenzuelo de conversaciones profundas, inquietudes vitales, pasión por el conocimiento y organización, disfrute de sí, de los demás y de la vida. Buscador incansable de equilibrio, generador constante de organización.
Contigo ¡he aprendido tanto! Y sigo aprendiendo. Y disfrutando orgulloso y emocionado del camino. La meta… qué más da. Lo importante es el camino, y así lo andas y lo construyes. Fiel a ti mismo, a ese ser que a la vez investigas, descubres, cuestionas y construyes.
Uno aprende a quitar importancia al resultado cuando se da cuenta de la belleza del proceso. Y, sin quitar importancia a todo lo que vas consiguiendo, ese es tu mayor logro: la belleza. coherencia y armonía de tu proceso. No importa a donde llegues, ni dónde estés. Importa lo que eres, lo que haces. Y eso es, a cada paso, maravilloso.
Gracias por seguir queriendo conectar en lo profundo.
Gracias por ser quien eres, querido hijo.
A seguir caminando y disfrutando del misterio y la hermosura del sendero, con sus caídas y sus subidas, con sus heridas y sus caricias.