Te conozco en una web, hasta con foto.
Me encanta lo que escribes y cómo te defines. Te escribo y me escribes. Me mandas un flechazo… qué encantadora es esta ilusión de las mariposillas en el estómago.
Un día vuelvo a verte… y ya no estás. Tu perfil no existe, tu identidad se ha borrado. Te busco, y ni rastro. Los emails que te escribí ya no están en mi buzón.
En este desaparecer, me pregunto si no es muchas veces así… lo que en el pasado entregamos a alguien, se pierde. Quiero tener la ilusión de que valió para algo o transformó alguna célula en su breve camino.
Pero en el fondo, la importancia que pongo en ti, no me hace bien. Lo que a ti te valió, es tu historia. Hoy me quiero quedar conmigo, que es lo único que tengo.
Lo que yo entregué, los minutos que dediqué, la sonrisa que llegó a mis labios compartiendo, escribiendo, componiendo, cantando. Creando. La belleza de la creatividad que dejé fluir a través de mí, eso mereció la pena.
Con eso me quedo. Lo demás, no me compete. Y tú, quién sabe dónde estarás.
Yo sí sé dónde estoy. Y eso me importa.
Y sonrío al recordarte, misteriosa sirena esquiva. Menos mal que no me tiré al mar sin salvavidas para encontrarte.