Alma aventurera

Hablando estos días de sirenas, recupero esto que escribí en 2008. Al respecto de una hermosa mujer que llegó a mi vida con mucha magia, pero se fue, buscando un pirata que yo no soy…

Pero ¡qué bonitas aquéllas semanas!  Que nos quiten lo bailao.

Alma aventurera

Cuando te oigo
buscar piratas
me lo pregunto
¿lo seré yo?

Miro hacia dentro
y sé lo que veo:
atrevido, amigo del riesgo
-no del físico sin otro sentido-,
lo convencional… no me llena,
me gusta ser raro,
en busca del tesoro
de la autenticidad.
Con raíces,
sin patria ni bandera.

Y sé lo que no veo:
no flirteo con lo prohibido
-salvo que no lo comparta-,
ni me veo clandestino;
no soy el rudo masculino
que con navaja se afeita,
no me oculto del mundo,
no es mi arma la ironía,
salvo cuando me provocan:
más como un diálogo
que como una propuesta.

Pero ¿cómo lo siento?
no me siento pirata.
Puedo jugar a serlo,
pero me falta el parche,
y el garfio,
y la daga traicionera.
Si me miro,
sé lo que veo:
mi alma,
aventurera.

Te oigo, e imagino.

Me imagino llegando a la isla
del límite del mundo
encontrando a una muchacha
llamada Alma
sentada en la ladera
(¿te he dicho alguna vez
que es ese el nombre
de la mujer de mis sueños?).
Conversando con ella,
paseando por la orilla.
Llegando al corazón.

E imaginando, imagino
un barco de bandera negra,
a bordo un pirata
de allende los mares
buscando doncella.
Alma mira prendida
a este Carlos Sinmiedo
que, su espada en la mano
y rodeado en la proa
de fieles rufianes,
la mira sin pudor,
desafiante. A ella.

Alma duda, y suspira,
y Carlos se acerca,
le toma la mano
y a su nave la lleva.

Alma mira confusa
hacia donde me hallo.
¿Esperando que salga
dispuesto a lucharla?
Y a batirme en duelo
con Carlos Sinmiedo
por su corazón salvaje,
su dulzura y su coraje,
su ser paz, su ser fiera.

Yo, me siento en la playa.
Y le miro a los ojos.
«Si soy yo quien tú quieres»,
-pienso en bajo, y sé
que ella me oye en cubierta-
«sólo mándame un guiño.»
Y así me lanzaré
a abordar tu goleta,
sin saber muy bien
cómo rescatarte.
Pero sí dispuesto
a empeñar mi vida
en quitar tus cadenas.

Mas si no me guiñas
y te dejas llevar
por ese gusanillo que da la bandera
de huesos cruzados y la calavera,
no me esperes.
Estoy dispuesto a luchar por ti
pero no a demostrar:
pero no para entrar
en tu sueño de princesa.
No soy digno de ti
porque venza al dragón.
Mi aventura es otra.
No es hacia afuera.
Y si hay una Alma, estará en otra isla.
Si es que tiene que haberla.

Mi bandera es blanca,
mi nave es estrecha,
sólo cabe un lápiz y una compañera,
una brújula vieja, una guitarra,
y una partitura que cantar en vela.
Mi mochila, grande,
quiero hacer pequeña.

Por fin he aprendido
que no me compensa
arrastrarla entera…

No soy un capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
como decía Espronceda.
A pesar de que esa poesía
la siento en vena.
Más bien soy un Robinsón
buscando su isla…
que no está desierta:
está de mí llena,
y de mis amigos.
Y de la mujer que quiera
acompañarme en ella.

E imaginando, desimagino.
Y así que paseo
con Alma, la bella.
Y sé que su vida
no soy quien decide.
Eso es en los cuentos
donde el héroe dicta
lo que hace su nena.
Mi mujer es fuerte
y nadie le manda,
y a nadie se entrega.
Mi mujer no es mía.
Mi mujer es libre.
¿Y estará conmigo?
¿Quién conmigo se queda?

Se queda conmigo,
tan simple como eso,
quien disfruta alegre
de una mano amiga,
de una risa sincera,
de una tarde limpia
de horizonte rojo
contemplando juntos
cómo el sol se pliega.
Conmigo se queda
quien ríe conmigo,
quien conmigo llora,
quien fiel a sí misma
a mi lado se encuentra.

Al andar mi camino,
oigo el canto a las hadas
mas no escucho a sirenas
(ya tuve bastante
con una andaluza
que viví en las venas).
Mi mirada es al frente,
mi pecho se llena.
Mi corazón late
y mi alma se alegra.
Mis pies están firmes,
gozando la tierra.
Mis brazos al viento,
mis manos, abiertas.

Cuando te oigo

buscar piratas

me lo pregunto

¿lo seré yo?

Miro hacia dentro

y sé lo que veo:

atrevido, amigo del riesgo

-no del físico sin otro sentido-,

lo convencional… no me llena,

me gusta ser raro,

en busca del tesoro

de la autenticidad.

Con raíces,

sin patria ni bandera.

Y sé lo que no veo:

no flirteo con lo prohibido

-salvo que no lo comparta-,

ni me veo clandestino;

no soy el rudo masculino

que con navaja se afeita,

no me oculto del mundo,

no es mi arma la ironía,

salvo cuando me provocan:

más como un diálogo

que como una propuesta.

Pero ¿cómo lo siento?

no me siento pirata.

Puedo jugar a serlo,

pero me falta el parche,

y el garfio,

y la daga traicionera.

Si me miro,

sé lo que veo:

mi alma,

aventurera.

Te oigo, e imagino.

Me imagino llegando a la isla

del límite del mundo

encontrando a una muchacha

llamada Alma

sentada en la ladera

(¿te he dicho alguna vez

que es ese el nombre

de la mujer de mis sueños?).

Conversando con ella,

paseando por la orilla.

Llegando al corazón.

E imaginando, imagino

un barco de bandera negra,

a bordo un pirata

de allende los mares

buscando doncella.

Alma mira prendida

a este Carlos Sinmiedo

que, su espada en la mano

y rodeado en la proa

de fieles rufianes,

la mira sin pudor,

desafiante. A ella.

Alma duda, y suspira,

y Carlos se acerca,

le toma la mano

y a su nave la lleva.

Alma mira confusa

hacia donde me hallo.

¿Esperando que salga

dispuesto a lucharla?

Y a batirme en duelo

con Carlos Sinmiedo

por su corazón salvaje,

su dulzura y su coraje,

su ser paz, su ser fiera.

Yo, me siento en la playa.

Y le miro a los ojos.

«Si soy yo quien tú quieres»,

-pienso en bajo, y sé

que ella me oye en cubierta-

«sólo mándame un guiño.»

Y así me lanzaré

a abordar tu goleta,

sin saber muy bien

cómo rescatarte.

Pero sí dispuesto

a empeñar mi vida

en quitar tus cadenas.

Mas si no me guiñas

y te dejas llevar

por ese gusanillo que da la bandera

de huesos cruzados y la calavera,

no me esperes.

Estoy dispuesto a luchar por ti

pero no a demostrar:

pero no para entrar

en tu sueño de princesa.

No soy digno de ti

porque venza al dragón.

Mi aventura es otra.

No es hacia afuera.

Y si hay una Alma, estará en otra isla.

Si es que tiene que haberla.

Mi bandera es blanca,

mi nave es estrecha,

sólo cabe un lápiz y una compañera,

una brújula vieja, una guitarra,

y una partitura que cantar en vela.

Mi mochila, grande,

quiero hacer pequeña.

Por fin he aprendido

que no me compensa

arrastrarla entera…

No soy un capitán pirata,

cantando alegre en la popa,

como decía Espronceda.

A pesar de que esa poesía

la siento en vena.

Más bien soy un Robinsón

buscando su isla…

que no está desierta:

está de mí llena,

y de mis amigos.

Y de la mujer que quiera

acompañarme en ella.

E imaginando, desimagino.

Y así que paseo

con Alma, la bella.

Y sé que su vida

no soy quien decide.

Eso es en los cuentos

donde el héroe dicta

lo que hace su nena.

Mi mujer es fuerte

y nadie le manda,

y a nadie se entrega.

Mi mujer no es mía.

Mi mujer es libre.

¿Y estará conmigo?

¿Quién conmigo se queda?

Se queda conmigo,

tan simple como eso,

quien disfruta alegre

de una mano amiga,

de una risa sincera,

de una tarde limpia

de horizonte rojo

contemplando juntos

cómo el sol se pliega.

Conmigo se queda

quien ríe conmigo,

quien conmigo llora,

quien fiel a sí misma

a mi lado se encuentra.

Al andar mi camino,

oigo el canto a las hadas

mas no escucho a sirenas

(ya tuve bastante

con una andaluza

que viví en las venas).

Mi mirada es al frente,

mi pecho se llena.

Mi corazón late

y mi alma se alegra.

Mis pies están firmes,

gozando la tierra.

Mis brazos al viento,

mis manos, abiertas.

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0 respuestas a Alma aventurera

  1. Loreto dijo:

    Precioso ! Me ha encantado. Sin palabras me he quedado. Vuelves a sorprenderme.

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