Cierto día que el Buda estaba paseando tranquilamente, Devadatta, a su paso, le arrojó una pesada roca desde la cima de una colina, con la intención de acabar con su vida. Sin embargo, la roca sólo cayó al lado del Buda y Devadatta no pudo conseguir su objetivo. El Buda se dio cuenta de lo sucedido pero permaneció impasible, sin perder la sonrisa de los labios.
Días después, el Buda se cruzó con su primo y lo saludó afectuosamente.
Muy sorprendido, Devadatta preguntó:
– ¿No estás enfadado, señor?
– No, claro que no. Sin salir de su asombro, inquirió:
– ¿Por qué?
Y el Buda dijo:
– Porque ni tú eres ya el que arrojó la roca, ni yo soy ya el que estaba allí cuando me fue arrojada.
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Una de las ideas que más cultivo en estos últimos años, y que todavía me cuesta acoger del todo, es que nadie tiene mérito ni culpa por lo que hace. Va demasiado en contra del aprendizaje cristiano y nuestra misma esencia cultural occidental. La del pecado original, la culpa, los héroes y los villanos, los santos y los diablos, la identificación con el bueno de la película, la crítica del malo…
Cuando alguien nos maltrata, o nos trata sin respeto, invadiéndonos, privándonos… podemos tomárnoslo como una afrenta personal. O podemos darnos cuenta de que esa persona actúa así desde su propio dolor, desde su propia enfermedad, desde su propio condicionamiento, desde su propia genética.
Si los hechos se observan desde la presencia y desde el corazón, no hay nada que juzgar. Ni siquiera que perdonar. Quizás, aceptar. Obviamente, podemos escapar, o denunciar. Podemos y debemos poner límites cuando nos atacan. Nunca me convenció mucho lo de «poner la otra mejilla». Se trata de quitar el «yo». No es importante que me lo «ha hecho a mí»… es importante que «lo ha hecho». El que yo sea el destino del acto… es porque yo pasaba por allí. Por ese sitio, por su vida, por donde sea. Mi deseo de venganza, mi resentimiento… sólo me hace daño a mí. Porque ese resentimiento vendrá conmigo allá donde yo vaya.
Pero claro, para no reaccionar cuando alguien me afrenta, hay que estar muy centrado. Es muy doloroso para el ego no reaccionar («¿cómo voy a permitir que me hagan eso A MI?»). Desde que la descubrí, me apasiona la diferencia entre la reacción y la respuesta. El ego reacciona. El ser, responde. La reacción es violenta, brusca, aprendida, inconsciente, impaciente. La respuesta es suave pero firme, paciente, centrada, meditada, consciente. La respuesta, es curioso, tiene mucha más fuerza que la reacción.
Y en cada cosa que nos sucede, es curioso, nuestras reacciones nos dan mucha información sobre todo eso que aún tenemos sin solucionar. Muchas veces los problemas que nos trae la vida son bendiciones camufladas…
Yo creo que en el próximo salto de la evolución humana van a caer muchos egos. No va a quedar otro remedio…
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