Aquél invierno, a pesar del cambio climático, sería largo y frío. Las inundaciones amenazaban con anegar las calles y el desempleo crecía frenéticamente en toda la comunidad.
Todo ello era bien conocido por nuestra amiga Xiga la hormiga. Sólo ella sabía cuánto tesón, afán y esmero había puesto en recoger ramas y excavar arena para reforzar su casita para el duro invierno. Como construir la casa no era suficiente, en una ETT había conseguido tres trabajos a media jornada con los que pagar su crédito, duplicar su plan de pensiones y pagar un buen seguro de vida, de hogar, de viaje, de coche, de vista y de oído. Además, tenía la despensa llena de vitaminas y leche en polvo, estufas de butano por si se cortaba el gas ciudad, y decenas de velas por si se iba la luz.
Mientras esto ocurría, nuestra otra amiga, Larra la cigarra, disfrutaba de la vida. Apuraba sus últimos meses de subsidio de desempleo ocupando su tiempo en amenas fiestas, divertidos espectáculos y apasionantes tardes de sillón-ball viendo la televisión. La vida está para disfrutar, y bien que disfrutaba. Daba gusto ver a Larra aún morena tras sus sesiones de solarium, tomando una cerveza en la noche mientras Xiga exprimía las últimas horas de su tercer trabajo como vigilante de OpenCor.
Y aquél fue, efectivamente, un invierno largo y difícil. Tras varios días de heladas y uno de nieve, se fue la luz y se cortó el gas ciudad. Xiga encendió sus velas y su estufa, y disfrutaba calentita y con luz de sus tres minutos diarios libres, leyendo un informe que tenía que entregar al día siguiente. En esto, llamaron a la puerta. Era Larra.
Estaba desconocida. Había perdido el moreno, parecía famélica tras varios días sin probar bocado, su ropa de rebajas no había resistido las heladas y mostraba rotos y descosidos. Para colmo, tuvo un accidente con su coche y su seguro a terceros no cubría la reparación. No había deuda pública que pudiera sacar a Larra de su terror.
– ¿Qué ocurre, Larra? dijo Xiga.
– Nada, que vengo a pedirte sal, ¡no te fastidia! contestó Larra.
– Vale, ya veo que estás mal y hecha una mierda, cosa que no me extraña, tal es el sinsentido de tu vida alocada y completamente irresponsable. ¿Qué quieres?
– Necesito comer, beber, ropa, calor. ¡Necesito saber cuál es el sentido de la vida!
– Ayyyy pobre infeliz. ¿No te das cuenta de que tendrías que haber sido más previsora? Mírame a mí, qué bien que lo estoy pasando acabando el informe. Cuando me entra un poco de estrés me tomo mi prozac y como nueva. Y el mes que viene podré empezar a plantearme ahorrar para mi casa en la playa.
– Tengo hambre.
– No te preocupes, cualquier otra hormiga te echaría a patadas, pero yo que soy una hormiga enrollada, y me va a quedar muy bien en mi currículum, te voy a dar unas sobras.
En esto, un meteorito juguetón, bautizado LGMJJKX-51 por un astrónomo graciosillo que odiaba los nombres fáciles, encontró su camino hasta la tierra y eligió caer encima mismo de la casa de Xiga, con un estruendo inenarrable.
Tras el caos y el ruido, llegó el silencio. Entre los escombros, tras la casualidad infinita de haber sido objetivo de una caida de meteorito (qué mala suerte…), ocurrió la casualidad infinita de que tanto Xiga como Larra se libraron de la muerte (qué buena suerte…), tapadas por la única viga que quedó en pie. Ambas se miraron atónitas y tras unos segundos de eterno silencio, Xiga irrumpió en gritos:
– AAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHH!!! NO PUEDE SER!!!!!!! NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO!
– Tranquila, tranquila, Xiga. Estamos vivas! Es un milagro! Tranquilízate, somos afortunadas!
– No lo entiendes, Larra, no lo entiendes!! En la letra pequeña del seguro de mi casa ponía «se cubren todos los desastres excepto los causados por meteoritos o grupos terroristas que ya hayan declarado un alto el fuego permanente y general, verificable internacionalmente»…
– Oh Dios! Y esto, o es una bola de golf gigante, o es un meteorito!!!!
Ambas amigas se pusieron a llorar amargamente. Les esperaba un duro invierno, sin provisiones, sin casa, y con el fondo de pensiones que no podría rescatarse hasta 35 años después. Mientras lamentaban su desgracia, observaron que a unos metros, bajo las ruinas de otro edificio que había también sido engullido por LGMJJKX-51, alguien reía y gritaba de alegría:
– Yupi! Viva! Guay! Estoy viva y coleando! Y hasta guapa!
Se acercaron a observar. Eso sí, con cuidado no fueran a tropezar entre las ruinas y clavarse una astilla. Encontraron, siguiendo aquélla voz, a un extraño insecto a quien no podían reconocer. Muy extraño. Tenía patas de hormiga y patas de cigarra, un ojo compuesto y otro descompuesto, una antena de FM y otra de AM. Ambas a dúo preguntaron:
– ¿Quién eres tú?
– Soy Extrañarra, la hormigarra.
– ¿Y por qué ríes, desdichada? No te das cuenta de que has quedado sin casa y sin bienes? – dijo Xiga.
– Ahora mismo río porque estoy viva. Fijaos, ¡estaba justo bajo la única viga que ha quedado en pie de mi casa! El piso, era de alquiler, como mucho habré perdido el mes de fianza. Las cosas eran pocas. Los libros, ya los leí así que lo que necesitaba de ellos está en mi cabeza. Las fotos de mi pasado… bueno, los momentos vividos están en mi corazón. Y la comida… bueno, ya trabajaré mañana para conseguirla.
– Está bien, es cierto que estás viva pero ¿no te preocupa el futuro? – replicó de nuevo Xiga.
– Bueno, hoy trabajé y tuve tiempo para pasear por la tarde, y hasta fui al cine (a ver una de desastres espaciales). Y del mañana… ya me ocuparé mañana ¿no?
Larra se preguntó cómo aquélla loca podía estar feliz teniendo que trabajar para sobrevivir.
Xiga se preguntó cómo aquélla loca podía estar feliz sin un plan de pensiones.
Extrañarra, en vez de preguntarse nada, se fue a llamar a sus amigos y a celebrar su primer cumple-meteoritos.
Comentario del autor
Anda que no llevaba años deseando escribir el cuento de la hormigarra. Hace mucho que pensé que nos habían tomado el pelo con el tradicional cuento de la cigarra y la hormiga (por otra parte, a veces me pregunto si a cierta generación Y, Z, o algo así, le han contado el cuento contrario -a cual peor-). Y como dos opuestos dan un empate, pensé que este cuento necesitaba un actor intermedio que lo desempate. Yo, que he experimentado (mucho) lo que es ser una hormiga y también (algo menos) lo que es ser una cigarra, me quedo con la hormigarra. Extraña como yo. Hormigarra, palabra sin copyright, que cedo al dominio público para el bien de la humanidad. 🙂
¡Espero que os haya gustado! Besos y abrazos a los que habéis llegado hasta aquí. 😉
Pingback: El pánico a decrecer | eguíluz.net