En el tránsito oscuro de la noche,
donde la esperanza está perdida,
donde el vacío parece envolver todo
y la soledad se adueña de tu vida…
En ese bosque embrujado de arañas
y de espectros en busca de su presa,
en ese lago lleno de maldiciones
tan solo está tu miedo. Y ay que pesa.
Y sin embargo, tu miedo es muy ligero:
apenas cuesta abrirte a tu dolor
y bajo ese disfraz de osado guerrero
está un frágil niño, herido en lo profundo,
doliente, sin saber ni apreciar lo que es valor.
Apenas acaba de llegar a este mundo,
y tan sólo necesita que le quieran.
Y es su dolor la herida ancestral
de no sentirse querido, de no ser suficiente,
de ser abandonado y dejado a su suerte.
No te engañes tú también buscando culpables…
de nadie es la culpa. Tan solo hay los hechos:
esa guerra la perdiste. Y ay si duele.
Mirando desde aquí tu sufrimiento
a un simple ejercicio yo te invito.
Acoge a tu niño, que eres tú.
Regálale el amor que necesita.
Nadie como tú puedes cuidarlo ahora,
y nadie como tú podrías castigarlo
y juzgarlo de nuevo no adecuado.
Pero, ahora y hoy, no es momento de juicios,
sino de compasión. Sé bondadoso
y acoge con tu mano y con tu corazón
las lágrimas de tu niño.
Haz que esa tristeza no sea en vano
y que cada gota de dolor caída
se transforme en átomo de amor profundo.
El que tú te das. El que te dio la vida.
Y tras esta noche,
saldrá un nuevo día.
Y habrá una sonrisa.
Y agradecimiento.
Con toda esa sangre derramada en tus batallas
la vida te regala nuevas horas
en las que sanar, en las que aprender,
en las que crecer y ser fiel a tu ser.
En el tránsito oscuro de la noche
se esconde la puerta de la luz del día.
[A las niñas y niños que los adultos llevamos dentro, asustados y heridos. Y tan presionados con tantos condicionamientos… qué liberación es, simplemente, aceptar que están ahí, y quererlos como son.]