Es impagable el artículo de Vicente Verdú en el País (18/2/11): «Bienvenidos a un mundo sin certezas«. Me ha animado a acabar este post que tenía a medias desde hace unos días (y a rehacer su título).
Llevo un tiempo pensando que la seguridad, que es uno de los valores subyacentes troncales de la sociedad en las últimas décadas, casi diría que desde las guerras mundiales, está haciéndose pedazos. Creímos y creamos una falsa seguridad que nos ha mantenido dormidos y tranquilos (anestesiados, suelo decir) durante bastante tiempo. Ahora nos empezamos a dar cuenta de la falacia.
Hay dos maneras de tomarse esto: una es a la tremenda, sufriendo y rasgándonos las vestiduras. Suicidios en masa :-). La otra es agradeciendo y aceptando que estamos evolucionando como especie: esta mentira nos sirvió, pero ya no nos sirve. Parafraseando a Vicente, Bienvenidos a un mundo inseguro: el auténtico.
Lo positivo para mí de esta transición es la autenticidad. El capitalismo consumista nos ha anestesiado y nos ha hecho creer una gran mentira. Y creo que la mentira envilece al ser humano. Despertar a la verdad sólo puede ser sano. En mi propio despertar de hace unos años tuve que enfrentarme a mis deshonestidades de mi primera vida… y fue doloroso. Pero necesario, y hoy lo agradezco.
Creo que el cambio es intrínseco al ser humano. Sólo hay que ver la historia. Acoger el cambio como algo saludable y natural y no como un riesgo es esencial para vivir en la nueva sociedad. La vida no es segura, no es estable, no es manipulable. La pareja, la familia, el trabajo, la posesión, el ego… entendidos a «la antigua», son a menudo manifestaciones de una búsqueda infructuosa y desesperada de identidad y seguridad, que nos lleva con frecuencia al final al mismo vacío existencial («y todo esto, para qué»), o a la frustración como resultado (otro «fracaso»).
Derrumbemos el mito del hombre/mujer que todo lo puede con su voluntad. Somos parte de un todo que es más grande y más fuerte que cada uno de nosotros. Tenemos capacidad, y la podemos aprovechar. Podemos crear, y creamos cosas maravillosas (y otras deplorables). Pero la vida es más grande, y a veces nos lleva por sitios insospechados. Y mirándolo de una forma zen, a cada uno la vida siempre nos da lo que necesitamos… aunque muchas veces no sea lo que queremos.
En esta transición, mi camino y mi propuesta (que es la de muchos autores), es aprender a vivir en el riesgo, vivir en el filo de la navaja. No hablo del riesgo adrenalínico, sino del natural. Acoger el riesgo de la vida como un amigo, como un camino de crecimiento, de aprendizaje. A veces con dolor, y a veces con placer. El camino de la autenticidad, de encontrarse a uno mismo. El viaje hacia adentro.
Y esto se traduce en muchas cosas. Pero como en mi formato de blog no me apetece hacer posts kilométricos, intentaré ir escribiéndolo en pastillitas. La próxima quizás se llame… el matrimonio prorrogable.
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