(Sobre la ilegalidad del «hasta que la muerte nos separe»)
Sí, yo también creí en el matrimonio para toda la vida y los cuentos románticos. Tras 12 años de matrimonio, tengo la suerte de tener el mejor divorcio que conozco (y lo vengo comparando con unos cuantos). Desde mi custodia compartida, con el convencimiento de que el respeto mutuo entre padre y madre como tales es lo más esencial para los hijos, mi propuesta es que el modelo de matrimonio debe ser otro.
El contrato matrimonial tal y como hemos aprendido, heredado y practicado se basa en un principio: firmamos algo que hipoteca nuestro futuro. Con una raíz mística/espiritual, terriblemente osada desde el punto de vista humano, prometemos «amor eterno» y estar juntos «hasta que la muerte nos separe». Y mi opinión ahora es que este compromiso es inadecuado, y casi hasta ilegal.
Me explico. El yo que soy ahora quiere a esta mujer, profundamente, y está dispuesto a compartir su vida con ella. Sin embargo ¿qué querrá el yo que seré en, digamos, 5 años? ¿seguirá queriendo a esta mujer (como ella sea entonces)? Con todo lo que habré cambiado ¿qué querré entonces de la vida?
Mi convicción personal es que no tengo derecho a obligar a mi yo futuro a un compromiso que quizás no quiera. Por tanto, firmar ahora ese compromiso «para toda la vida» es irrespetuoso conmigo mismo. No soy quién para decidir qué vida tendré que tener el día de mañana.
De hecho, en ninguna otra cosa nos obligamos con semejante rotundidad. Si firmamos una hipoteca, siempre podemos cancelarla a cambio de dinero o del piso. Si aceptamos un trabajo, siempre podemos rescindir el contrato laboral. Incluso los sacerdotes pueden colgar los hábitos si pierden la Fe o reorientan su vida [y sin embargo, la Iglesia católica aún no acepta la disolución del matrimonio, cosa que requiere todo un tema aparte].
¿Por qué esta atadura anti-natura que significa el vínculo matrimonial? Hay razones sociológicas, antropológicas, religiosas… pero realmente no me importan las razones de por qué se ha venido haciendo así. Lo que sí me importa es qué causa este planteamiento.
Cuando una de las partes quiere romper el matrimonio, es habitual que la otra lo sienta como una traición. No como un ejercicio de la libertad individual («lo siento, pero ya no te quiero lo suficiente como para vivir contigo», o «lo siento, pero necesito vivir de otra forma o con otra persona»). Sino como una traición a un pacto establecido, incorrompible. No es ya una persona libre. Es un/a traidor/a, culpable de haber destruido tu vida. Motivado por esto, muchas personas en lugar de romper, engañan, se deprimen, sufren, postergan… muchas personas son infelices y hacen infelices a sus parejas y/o hijos… muchas personas se instalan en el resentimiento, el rencor e incluso el odio ¡a alguien a quien se supone han amado profundamente!
Acabemos con el concepto de traición. Cualquier persona es libre hoy de decidir cambiar de vida, por mucho que nos duela. ¡Ni siquiera tiene que haber razones! El amor auténtico quiere al otro libre, a pesar de que eso signifique que nos abandone. No es muy loable un amor que quiere al otro encadenado, atado a un compromiso de por vida que le ate a uno y le impida ser feliz…
Mi propuesta de «matrimonio prorrogable» es que al casarnos, lo hagamos con un compromiso de corto plazo. El plazo del corazón. Un año debería ser el máximo. Fijemos ese plazo, como adultos, como personas independientes, como iguales. Nos comprometemos a un tiempo. Y pasado ese tiempo, nos obligamos a hacer una renovación explícita de nuestro amor, de nuestra «asociación». Mirémosnos a los ojos y digámosnos, de corazón, si queremos o no queremos seguir unidos otro nuevo plazo. Con el convencimiento y la aceptación de que el otro es libre para decidir que no quiere. Con la libertad de que nosotros podemos no querer. Sí, también con el miedo de que eso pase.
Pero es que el miedo es parte de la vida. Vivir el amor es vivir un riesgo. No hay ninguna garantía de que el amor dure siempre. Y aunque durara: quizás no dure la convivencia, el deseo de estar juntos, el interés en el proyecto, la construcción de una familia, de un hogar… Nuestro objetivo vital como personas libres en el siglo XXI ya no es sólo sobrevivir en un mundo hostil. También es crecer, evolucionar, aprender, desarrollarnos individualmente. Y en un momento dado, esto puede significar tomar otro camino. Y toca, con dolor y agradecimiento, decir adiós. Haya lo que haya: hijos, casa, negocio, proyectos… no hay nada que no pueda romperse, ni «protección» que compense una relación falsa, una pareja de engaño.
La seguridad aparente que nos da el que el «contrato» sea eterno es una falacia. Aceptando eso, y aceptando la libertad mutua, a cambio del miedo a que la relación se pueda romper, tenemos el placer de disfrutar de una continua reafirmación del amor. Que no quiera estar conmigo porque no tiene nada mejor, porque tiene miedo, porque no puede hacer otra cosa, porque se siente en deuda, porque le tengo atado. Que quiera estar conmigo… porque quiere, porque me quiere. Y creo que no hay relación de pareja más bella que la que, cada día, permite mirarse a los ojos y decir, desde la libertad: «hoy quiero seguir contigo».
Si somos fieles a nuestro ser, a nuestra naturaleza, aceptaremos que el cambio es parte de la vida. Si aceptamos esto, si de verdad nos queremos a nosotros mismos, si de verdad amamos al otro, no deberíamos permitirnos otra relación de pareja que no sea un compromiso limitado, y prorrogable.
Mi percepción es que en este momento de transición social tan profunda, nuestras relaciones afectivas están profundamente enfermas. Es imprescindible reaprender la base de las relaciones desde el respeto y la libertad, sanar estas heridas, limpiar el resentimiento, redefinir el amor, y vivirlo de un modo más auténtico.
Para vivir felices, a veces podremos comer perdices… y otras veces, tendremos que aceptar nuestro dolor y mirar más allá de nuestras narices.
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