Úlises y Pe

[Un cuento sin sentido, de argumento sin ton ni son, de una relación a través de las reencarnaciones, de un héroe sin reino y una reina sin paciencia]

Hace mucho, mucho tiempo, existieron Ulises y Penélope. Ulises partió a un viaje que ha durado años, muchos años. Vidas, muchas vidas.

Ciento veinticinco vidas después, Ulises regresa a Ítaca. Aunque él no sabe que es Ulises, e Ítaca ya no es Itaca. Es Hi taká (cosas de la evolución fonética). Pero él sigue su búsqueda, su viaje a algún sitio, sin saber cuál es aún el sitio correcto. Buscando con su coche, buscando a pie, buscando con su lupa, buscando con google maps.

En Hi taká está Penélope, sólo ciento trece vidas después (ventajas de la longevidad femenina). A Penélope ahora la llaman Pe, y ella dejó ya a Natxo, dejó a Tom, dejó a Javichu; está esperando a Ulises. Y está por ello rodeada de pretendientes. Todos anhelan conquistar el trono budista espiritual de Hi Taká casándose con ella. Por el trono, y porque Pe se ganó una pasta haciendo algunas pelis de autor, y otras pelis bastante insoportables. Todos quieren ser Ulises.

Así que allí vuelve el auténtico Ulises (que ahora llámase Úlises, más que nada por fastidiar a todos los progres que no saben de tildes), de profesión informático, con su ordenador Telemacó, de marca Dell (De él – de Úlises, se entiende). El otrora palacio de Pe ha evolucionado con el Universo, y se ha convertido en un piso enorme pero funcional, minimalista y decorado con feng shui. Úlises y Telemacó, recién llegados a la ciudad, pasean por el exterior buscando piso y pasan por delante de la casa de Pe, donde ella como cada día se sienta en las escaleras observando a los paseantes viajeros.

En esto, Pe les ve y le llama. – «¡Oye!». Úlises se detiene. Pe le pregunta por Ulises, como hace a todos los viajeros: rockeros, pilotos, inspectores de hacienda, piraos del new-age, colgaos. Siempre se junta a viajeros (o peor). Úlises, que la toma por pirada (seguramente está en lo cierto -¿y quién no lo está? pirado y en lo cierto-), le cuenta que vio a Ulises al principio de la crisis inmobiliaria, pero desapareció junto a Lehman Brothers.

Inmediatamente, Pe le toma simpatía y le invita a pasar. Manda a una sirvienta que le lave los pies, pero como no hay sirvientas en su palacio, Úlises se los lava él mismo, con ayuda de Telemacó y un video de youtube («cómo lavarse los pies para torpes»). Y allí, al lavarse ve en su pantorrilla una cicatriz que tiene desde hace la leche de vidas. Una cicatriz en forma de «U». Un hechizo de Circe…

Y ocurre. Úlises se reconoce y sabe quién es. Se mira al espejo, se quita la camisa… y allí está. La «U» roja y azul de Ulises. Con su capa y todo. Es él, el superhéroe. Ya no necesitará mucho más tiempo esta identidad secreta.

Mientras, en la salita japonesa, los pretendientes acosan a Pe. Vienen de todas partes a acosarla. Hasta de su tierra, donde nadie es profeta. Harta, piensa en proponerles lo siguiente: el que sea capaz de tensar el arco de Ulises, ese será su marido. Pero… el arco de Ulises se ha convertido en serrín tras los milenios, así que cambia de plan y, como ya puesta, se propone pasar un buen rato, recuerda lo único que le pueda recordar a Ulises tantas vidas después, y propone que el que sea capaz de encontrarle el punto P será su marido. El punto P de pene…lope.

Todos fanfarronean. Todos son expertos amantes capaces de encontrar el punto P de Pe. Pero tensar tanto el p… para encontrar el dichoso punto no es tan fácil. Alguno se queda en puntos suspensivos, otros no llegan a la coma. Otros se dislocan la columna. Y Pe, sin encontrar aún su punto P, descubre que no disfruta tanto de las pruebas como querría. Todos los pretendientes lo intentan sin conseguirlo.

Pe no entiende nada, y se apunta a pilates, a un curso de cuencos armónicos, y a otro de flores de bach. Total, algo hay que hacer para volver a escuchar buena música (tan difícil, ahora que Alejandro Sanz se ha declarado en huelga porque le descargan todas sus canciones sin pagar, y mientras Raphael estrena «El mega-tamborilero» en versión friki). Mientras, Úlises ha observado todo el proceso y, con barba de 25 días (no llevaba la afeitadora encima cuando paseando por la calle Pe le invitó a entrar), se decide por fin a actuar.

«Yo también voy a intentarlo» dice Úlises. El resto de pretendientes le abuchean, le arrojan verduras, y se burlan. Lo típico. Todo el mundo sabe que un informático no es capaz ni de encontrar un píxel. Como para encontrar un punto.

Es Pe quien le defiende. «Si este hombre lo consigue, le colmaré cada día de SMS, le regalaré ovejitas de farmville, y me haré seguidora suya en twitter» dice. Luego se retira a descansar y deja a todos sus pretendientes meditando en la sala.

Desde su meditación, Úlises va tensando el p… y, con una facilidad asombrosa, consigue tensarlo por completo, pone un conguito y apunta a un pretendiente. En ese preciso momento, Atenea, recién despertada de su siesta, le devuelve su aspecto clásico. «Es Ulises». Los desdichados lo descubren poco antes de morir. Caen uno tras otro, muertos por conguitazos en la nuca. Qué muerte tan horrible. Pringosa.

Cuando Pe vuelve de su descanso dispuesta a experimentar con Úlises, observa estupefacta la aterradora escena. Un paisaje gore (ni Tarantino, ni Álex de la Iglesia) de conguitos derretidos contiene a los cadáveres de todos sus pretendientes. ¿Todos? No, un pretendiente resiste a pesar del inmenso estiramiento pélvico: Úlises. Pe le ve, y se da cuenta: «Ulises. Eres tú». – «Sí, soy yo, pero espera que te lo demuestro buscándote el punto P».

– «No, no hará falta, ya sé que eres tú, pero ya estoy cansada de tanta espera y mientras esperaba he encontrado la iluminación. He decidido dedicarme a la vida ascética y virginal de las monjas de clausura. Monja budista, eso sí. Ya no te necesito. Meto mis billetes de 500 euros en unas cuantas bolsas y me voy pa’l convento».

«Joer, ciento veinticinco vidas para esto», pensó Úlises. Recogió su capa, su «U» y su p…, y salió por la puerta musitando para sí: «no hay quien entienda a las venusinas»… y es que, tantas vidas después y tras la revolución sexual, la emancipación femenina, la conciliación laboral, y la paternidad responsable…

Seguimos siendo unos de Marte, otras de Venus, y algunos como yo, de Plutón, que ya ni siquiera es un planeta digno. Porca miseria.

Moraleja: ya que el viaje a Ítaca vete a saber dónde te lleva y puede acabar como el rosario de la aurora, al menos vete disfrutando del paisaje… y si encuentras el punto P, que te quiten lo bailao.

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